La sabiduría clásica, griega
y latina, forjó una máxima y un tema que subyace a posiciones y doctrinas
morales», si se quiere- tan distintas entre sí como eudemonismo, hedonismo y
estoicismo. Es la ética y la sabiduría del «¡cuida de tí mismo»!; es, en latín,
la «cura sui», el autocuidado. Sabio es aquél que sabe cuidar de sí mismo.
Sabiduría es entonces la figura combinada
-yen sazón- resultante del cumplimiento de dos exhortaciones también clásicas:
el «¡conócete a tí mismo!» de la inscripción en el frontispicio de la
entrada al oráculo de Delfos; y el «¡sé el que eres!» de Píndaro, luego tan
caro a Goethe. Es una tradición que bajo la lente de «tecnologías del yo» ha
expuesto recientemente el filósofo Foucault . ¿Puede esa tradición recibir
carta de naturaleza empírica en una ciencia del comportamiento? No es meterse
en camisa de once varas. Hay varias líneas de análisis y de conocimiento que
permiten afirmarlo en enfoque no ya sólo de clínica, sino de ciencia básica de
la acción y de la personalidad, con el respaldo de sólida investigación ya
existente acerca del bienestar personal y en el marco de una teoría -y
entronque en una práctica- focalizada en la autoeficacia y la autorregulación.
Cuidar de uno mismo es un subgrupo específico dentro de
cierta clase de comportamientos:
los que tienen por objeto y término a la
propia persona que se conduce. Son comportamientos que suelen compendiarse en
la noción de «sí mismo» (o sell)o Se despliegan en un amplio sistema de
actividades alrededor de dos principales focos: el autoconocimiento, los
procesos cognitivos acerca de uno mismo; y la autoacción, las conductas
operantes que -yen la medida en que- revierten en el propio agente. Y forman un
sistema de gran relevancia, puesto que el comportamiento autorreferido es
autorregulado y autorregulador: en sus entresijos se juegan procesos de
decisión, que son de autodeterminación y que constituyen uno de los órdenes en
que consiste la «libertad» humana desde un análisis no ya de filosofía, sino de
ciencia empírica del comportamiento .
Puede tomarse el bienestar (o a la felicidad) como el mejor
referente e hilo conductor para cualquier propuesta relativa a la dimensión de
trastorno / salud mental e igualmente, en otro plano más de raíz, a la de trastorno
de personalidad / personalidad sana. Ningún otro tópico relativo a esa
dimensión ha sido tan estudiado como el bienestar, la satisfacción personal, la
felicidad. La única línea comparable al respecto es la de la adaptación, tal
como se da, en concreto, en las conductas de afrontamiento y en sus
consecuencias.
Pero aun esa línea
viene a reducirse a la otra, justo al resaltar que el bienestar -junto con la
adaptación y la salud física- resulta de un afrontamiento logrado, mientras que
malestar, inadaptación yenfermedad son los tres resultados típicos sea
del estrés sea de un malogrado afrontamiento. No es asimilar salud a
bienestar (o felicidad) y trastorno a malestar (o desdicha). Es postular como
hipótesis conceptual orientadora que se relacionan, aunque no son idénticos. La
suya es una relación no de identidad, sino de pertinencia en un nexo cuya
naturaleza es preciso esclarecer. Parece ser la hipótesis sobre la que en sus
últimas versiones la introducción del Manual DSM realiza su propia formulación
del trastorno, una formulación por cierto biopsicológica y no reductora a lo
social o a pautas colectivas de valor: «se trata de una disfunción biológica,
psicoló- gica o conductual»; y «esta alteración no sólo está referida a la
relación entre el individuo y la sociedad» .
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